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Mostrando entradas de marzo, 2014

No juegues conmigo tus bailes de salón (VIII)

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Aquel día estábamos aún en el centro del huracán, en una aparente calma mientras el mundo amenazaba con derrumbarse a nuestro alrededor. Solías acercarte por detrás cuando me sentaba a escribir y me contabas las 9012 nuevas ideas que te iban a hacer rico de un día para otro. Me repetías una y otra vez que habías sentado la cabeza y yo siempre te devolvía una carcajada y una mirada incrédula. Aunque el temporal fuera la pesadilla de todos más allá de nuestro pequeño espacio, nosotros disfrutábamos de las pequeñas descargas de electricidad que nos erizaban la piel, de los cielos encapotados, de la lluvia de sueños… Tal vez porque sabíamos que a esta tormenta no le iba a seguir la calma. Presentíamos  que el azul no volvería al cielo; que el silencio sería enemigo y no cómplice; que pronto estaríamos en el punto de mira de una nueva fatalidad; que algo agitaría nuestra perfecta tranquilidad en forma de incertidumbre: la de no saber si te irías para siempre o para volver a volver (que

No estamos creyendo que esto aguante

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Hicimos fallas de grietas y obsesiones de metas. Convertimos el placer de viajar en el estrés de hacer y deshacer maletas. Nos dejamos arrastrar por los meses, manejar como reses. Fuimos víctimas resignadas de conflictos de intereses. Fuimos los necios que confundieron el valor y el precio, la libertad y el libertinaje, el amor y  el aprecio. Nos enganchamos al doble rasero. Culpamos de todo a la cuesta de Enero. Nos volvimos adictos a las excusas y los peros. Matamos al mensajero a sangre fría y a las convicciones con alevosía. Estuvimos ciegos por no querer mirar más allá de lo que nuestra sombra cubría. Cambiamos al cambiar de traje, adornamos mentiras con encaje. No supimos controlar los modos, los medios, lo que envuelve al mensaje. Impusimos nuestras costumbres, solos entre la muchedumbre. Creímos que suponer era saber y no era más que incertidumbre. No supimos encajar nuestras victorias ni saborear la dulzura de la gloria. Estuvimos siempre a