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La balanza

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Pesan más las maletas vacías, las maletas que no viajan, las que cuentan los días hasta que alguien las llena de por si acasos, de huecos para la vuelta, de artículos para salir del paso. Pesan más las medallas al cuello cuando los clavos no caen del cielo aunque nacieras para martillo. Pesa más recibir el pasillo que dar la ovación, tener que romper el hielo, pesa el peso de la tradición cuando se enfrenta a los anhelos. Pesan las expectativas del polímata, los silencios enlatados, las ganas de llegar a Ítaca, la victoria de la vía pícara y el fracaso de lo honrado. Pesan las reglas del juego cuando parecen jitanjáforas, cuando entre gritos de mandrágoras no se escuchan los murmullos de este quererme tuyo que es una promesa en diáspora. "La nieve gime y tiembla por detrás de la puerta."

Yo sé bien que no hay olvido que pueda más que tus besos (XVII)

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Estoy de vuelta, pero han puesto precio a nuestra historia. No tenemos nada más que una vieja sábana para tapar los recuerdos, protegiéndolos del polvo, pero no del olvido. Un olvido tan necesario para borrar su sonrisa arrogante, su carcajada altiva, las mentiras que escondía tras la fachada. Solo era el canalla que se adelantaba a mis planes, cuya perturbada conciencia en llamas podría incendiar cualquier océano. ¿Cómo ha podido acabar con todo y fingir que no ha pasado nada? No quiero que nadie mire por mi futuro, si no hay futuro al que mirar. En la casa que nunca fue hogar me espera el hombre que nunca quise. Me habla de planes, de rutinas, de orden y control, pero yo solo sigo a su lado para que sepas donde encontrarme. Ten la valentía, atrévete, ven a verme. Acércate mientras todos siguen con sus vidas programadas.  Solo puedo mirarte de reojo, porque sé que, si te miro a la cara, no podré aguantar las ganas de arrancarte el cigarrillo y llenarte de carmín la boca. N

6.343 km

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La distancia no son horas de vuelo ni kilómetros ni millas. Es no estar ahí para levantarte del suelo o aplaudirte cuando brillas. Perderse el duelo, la silla en Sevilla. Plantar la semilla y perderse las flores de un árbol que crece al cielo con la esperanza y el consuelo de que vuelvan los colores a germinar de nuevo como una octava maravilla. No se salva la distancia, la distancia se condena y se revisa la pena en función de las circunstancias: lo agradable de la estancia, las ausencias a verbenas, el peso de las cadenas, dándole su justa importancia a cada momento y problema. La distancia se silencia si se deja marchitar, si se riega con menos frecuencia, si no se entrena la paciencia para saber esperar, si se cree que es una ciencia y se mide el recibir y el dar. Se sentencia si el querer se vuelve violencia, si se convierte la ausencia en no