Imagínanos

En ocasiones, pongo un par de alas a la imaginación y le abro la puerta, dejo que se escape y vuele rumbo a ningún lugar.
Y viaja: a veces en trenes nocturnos con insomnio y compañías desconocidas; a veces en vagones de segunda clase, mirando las mareas de hierba por la ventana; a veces sorteando casas flotantes por los canales de Amsterdam o surfeando el saturado metro parisino.
Y duerme: a veces en hostales de persecuciones en infinitas escaleras de caracol; a veces en hoteles de vagos y nenes malos; a veces en estaciones de tren que parecen afters o en lujosos apartamentos compartidos.
Y se divierte: a veces tirada por los suelos, a la altura de una caída; a veces delante de un objetivo que inmortaliza sonrisas; a veces en terrazas de hotel o en hacinadas habitaciones de ocho.

Pero de repente, sin un cómo ni un porqué, la imaginación se vuelve realidad. Y me encuentro a mí misma recorriendo los rincones más significativos de Europa, viajando de ciudad en ciudad rauda y veloz; siempre acompañada pero con mis momentos de "música y aislamiento social".
Es entonces cuando descubro el poder realizador de la imaginación, que hace que se cumplan lo que parecían sueños.

Y trato en vano de colar mi imaginación en el espacio que hay entre tu gorro oscuro y tu pelo rizado, en tu capucha empapada por la lluvia, en el ojal del botón de tu camisa verde botella o entre los papeles perdidos que desbordan tu escritorio. A veces parece que funciona; siempre logro imaginarte e imaginarme pero nunca imaginarnos.

"Tengo que salir de aquí, me estoy volviendo cuerdo [...]
Somos dos barcos varados. Somos Machado y Machín" 
 

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