Te invito

Si quieres comerte el mundo, hazlo: moja pan y rebáñalo, chúpate los dedos o repite, pero no te quedes con hambre de más.

Queda prohibido que te quedes con hambre de querer, porque lo mejor es querer hasta saciarse. Quererse a uno mismo en las buenas y en las malas, querer a los demás como a uno mismo, querer a alguien más que a nadie... Querer sin temor a no ser querido, porque esto del querer no es como los cumpleaños ("A éste no le invito, que él no me invitó. Y a éste otro sí, pero porque me invitó al suyo"). Dejarse querer por quien quiera e intentar hacerse querer por quien se muestre reticente.

No te quedes con hambre de decir, porque las palabras no dichas siempre se envenenan. Se quedan pululando por tu conciencia, pidiendo a gritos mudos salir en el momento más inoportuno, habitando las paredes de tu habitación... Por un momento, no tengas pelos en la lengua ni vergüenza en el paladar; grita a los cuatro vientos lo que tan hondo te ha calado y, si nadie te escucha, ya se lo llevará el viento.

Espera, espera, que aún hay más... No te quedes con hambre de escribir. Escribe sobre ti o sobre él; escribe sobre tu familia o tus amigos; escribe sobre los osos polares o sobre las bandas emergentes del panorama nacional, sobre los encuentros fortuitos o sobre el plan B que dio resultado, sobre lo que tienes y no quieres o sobre lo que tuviste y echas de menos, sobre el olor del mar o sobre ese extraño amor-odio a las gaviotas...  Escribe lo que te apetezca cuando te dé la gana. Escribe como terapia contra las balas de la nostalgia o como crítica hacia aquello que te exaspera. Escribe cada vez que te hierva la sangre o cuando se te hiele el corazón, cuando enloquezcas al oler su perfume o cuando no te queden uñas por morder.

Quiere. Di. Escribe.
Y, si te quedas con hambre, te invito a cenarnos la vida.


 "Hoy, te voy a decir la verdad: comienza mi nueva vida."

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