Vengo llamando a tu puerta desde hace un tiempo (VII)
Hace tiempo que no hablamos. Tú y yo. Tú de mí. Yo de ti.
Hace tiempo que no me crees. Y es normal, yo tampoco me
creería. Mis ideas tan solo son papeles mojados, folios en blanco. Me falta
poco para sentarme en el diván y empezar a contarte mis idas y venidas, mis
aventuras, mis sinsentidos.
Hace tiempo que todo es absurdo, que nos metemos en jardines
de los que no sabemos salir, que jugamos a ser agentes dobles, que no somos tan
listos como creíamos. El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento,
así que asegúrate de conocer al dedillo las normas de esto antes de apostar.
Hace tiempo que todos los caminos nos llevan a Roma, siendo
Roma ese lugar en el que nunca quisimos terminar. Porque tiene demasiada
historia y para historia ya tenemos la nuestra, que avanza con dificultades, a
trompicones; que a veces nos deja tirados, en la estacada, y otras nos empuja hacia
adelante.
Hace tiempo que no jugamos a encontrar las siete diferencias
entre nosotros. Porque las tenemos, a pesar de que en ocasiones parezca que
somos el uno para el otro; aunque a veces sobre el resto y basten apenas unos
metros cuadrados que nos permitan respirarnos.
Hace tiempo que la tentación no llama a nuestra puerta
vestida de gala, invitándonos a bailes ajenos y minutos no compartidos. Bailes
de miradas que cada día aprenden a decir algo nuevo y minutos que no alcanzan
para convencerte ni para contenerte.
Hace tiempo que no perdemos las formas ni la compostura, que
no forzamos errores ni besos, ni finales copiados de comedias románticas
americanas. Porque no hay finales mientras nos queden lenguas por inventar y
adrenalina en las venas.
Hace tiempo que no te pido explicaciones y sin embargo, te
excusas; quiero decir, te acusas. Después me pisas el vestido y no puedo evitar
sonreír, que es mi forma de decirte que te quiero. Te sonrojas, te escondes
tras tu visera mientras dibujas tu mejor sonrisa y ladeas la cabeza de una
forma que no sé si me acercas o te alejas.
Hace tiempo que no nos abren los ojos y nos hacen darnos
cuenta de que es imposible, que si me salto las reglas por ti mi felicidad será
ilegal, pero acataré orgullosa la condena. Qué felicidad si me manchas el café
y yo te mancho con carmín, si te borro la violencia de la mirada, si insistimos
en seguir siendo lo que somos.
Hace tiempo y frío… y haces falta.
"Con la sensación de estar haciendo lo incorrecto
y sin embargo, no poder dejar de hacerlo."
Comentarios
Publicar un comentario