No juegues conmigo tus bailes de salón (VIII)
Aquel día estábamos aún en el centro del huracán, en una aparente calma mientras el mundo amenazaba con derrumbarse a nuestro alrededor. Solías acercarte por detrás cuando me sentaba a escribir y me contabas las 9012 nuevas ideas que te iban a hacer rico de un día para otro. Me repetías una y otra vez que habías sentado la cabeza y yo siempre te devolvía una carcajada y una mirada incrédula. Aunque el temporal fuera la pesadilla de todos más allá de nuestro pequeño espacio, nosotros disfrutábamos de las pequeñas descargas de electricidad que nos erizaban la piel, de los cielos encapotados, de la lluvia de sueños… Tal vez porque sabíamos que a esta tormenta no le iba a seguir la calma. Presentíamos que el azul no volvería al cielo; que el silencio sería enemigo y no cómplice; que pronto estaríamos en el punto de mira de una nueva fatalidad; que algo agitaría nuestra perfecta tranquilidad en forma de incertidumbre: la de no saber si te irías para siempre o para volver a volver ...