¡Cómo cambian las cosas los años!

Has cambiado, pero todos lo hacemos. No me malinterpretes, no te estoy reprochando nada. Has cambiado y me gusta. Me gusta que tengas nuevas manías e ideas con las que sacarme de quicio. Me muero por saber con qué vicios estúpidos y gustos inéditos me sorprenderás esta vez. Quiero descubrir si ahora lloras con las películas, si te has cosido el bolsillo de la camisa, si ya no tienes el mismo aguante, si le pones mi cara a las canciones... si la próxima vez que te vea me darás un beso o la razón.

No sé hasta qué punto han cambiado tus prioridades o si has dejado de buscar ese adjetivo tan poco acertado. Puede que ya no te escondas de la vida cubriéndote con tu gorro de lana verde, ese que compraste en algún mercadillo por el norte de Europa. Te solías tapar las orejas y dejabas de escuchar al mundo, pero él seguía hablando. Te contaba sus planes y tú seguías escribiendo en aquella libreta negra, absorto, prometiendo que algún día me lo enseñarías.

Pero no te preocupes, a todos nos pasa. Todos cambiamos y no por ello nos volvemos locos ni nos echamos las manos a la cabeza. No sigas siendo igual de testarudo y reconoce que sí, que has cambiado y no tiene remedio. Que has cambiado pero sigues siendo el mismo. Que sigues echándote hacia atrás cuando escribes, como tomando distancia del papel para no involucrarte demasiado en las historias; recostándote en la silla y estirando las piernas en un intento de pellizcar el horizonte con los pies. Que sigues teniendo miles de papeles encima de la mesa y ninguno de ellos escrito por las dos caras. Que siempre empiezas de cero porque no eres capaz de encontrar el papel que dejaste a medio escribir. Exactamente igual que nosotros, que empezamos de cero una y otra vez, dando dos pasos hacia atrás por cada paso hacia delante.

Damos pasos sin rumbo pero al mismo compás, como exquisita pareja de baile. Bailamos en los pasos de cebra, en la cocina o en los andenes de metro, pero nunca en la pista de baile. Parece que nos gusta llevarle la contraria al resto, ser felices cuando no toca y llorar mientras todos ríen. Conocernos tan bien en tan poco tiempo y a otros, tan poco en tanto tiempo. Hablar a gritos cuando nos duele la cabeza. Ir por la vida con la etiqueta por fuera, para que nadie dude de que somos 100% naturales, sin colorantes ni conservantes. Ir despeinados, descalzos, desabrigados, con el corazón desarmado y los cordones desatados. Descorchar botellas para celebrar que sentimos más que antes o que ya no sentimos nada. 

Porque siempre hemos sido muy cómodos y eso de no sentir nada parecía una misión bastante asequible. Aunque a veces, el vapor de la ducha me recuerda cómo éramos antes. Se empaña el espejo y leo aquel mensaje que escribimos para decirle adiós a nuestro álter ego dramático y darle la bienvenida a esta versión despreocupada e indiferente. Para colmo, viene una ola de frío y así no hay quien desempañe los cristales... Maldito frío. Malditos grados bajo cero que me encierran en bares llenos de desconocidos que nunca llevan tu acento.

 "La conocí al poco tiempo de dejar Argentina hace más de tres años. 
Me dijo que no me abandonaría mientras conservara el acento."

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