Si desde el corazón a los dedos... (XIV)



Cerré la puerta con cuidado, renunciando al poder y los lazos que me ataban a otros corazones. Preferí recrearme en las ruinas de nuestro amor y luchar contra viento y marea, cargando a la espalda culpas ajenas y empeñando mis siete vidas por un rincón donde poder quererte.

Tú, tan lleno de contradicciones, secaste las lágrimas de tu enemigo y le salvaste la vida a quien podía quitártela de un soplido. Eras el lunático con los pies mejor plantados en la tierra y sabías que, a veces, lo más cabal y razonable era ejercer nuestro derecho a la locura. Yo siempre te había considerado mi punto débil, pero tú hacías méritos para convertirte en mi punto fuerte.

Me descolocabas cuando convertías las adversidades en retos. Siempre diste la cara y te la jugaste por mí, mientras otros preferían ver los toros desde la barrera. Sabías ponerte en mi piel y fabricar la sonrisa perfecta para cada ocasión, pero pronto descubrí que no eran más que simulacros.

Tus delirios revelaban la verdad que mis ojos se negaban a ver. Tal vez la traición hubiera sido la mejor de las salidas, pero me agarré de nuevo a un clavo ardiendo. Creí en teorías que no se sostenían e ignoré el rastro de tus crímenes. Guardé mis esperanzas en la mínima probabilidad y pronto echaste por tierra mis credos y cimientos, destapando la cruda realidad.

No hizo falta poner punto y final a nuestra historia. La distancia hizo su trabajo y trajo un nuevo orden a nuestras vidas, donde intentar construir algo que no terminara por romperse. Nuestro idilio, en su lecho, se convirtió en un arma de doble filo.

Escondido tras el marco de la puerta, tuviste que soportar los besos fingidos, las formas mantenidas, la farsa de la falsa preocupación, los bancos de desgraciadas casualidades… Guardaste nuestro secreto, liberando tu rabia en juegos de dudosa moral y derribando de un golpe certero las amenazas que te acechaban.

Hubo momentos en que te eché de menos. Dejándome llevar por los compases de tu respiración, estuve a punto de agarrar el pomo y abrir la puerta a otra oportunidad, pero fui demasiado cobarde como para dar otro paso adelante sin importarme qué pensará el resto.
 
Me acompañaste en nuevas búsquedas de delirios, manteniendo la distancia capaz de esconder la electricidad que desprendíamos. Cada descarga despertaba mis ganas de quererte, a sabiendas de que era imposible, porque los daños colaterales alcanzaban valores incalculables.

No sabía si quería que me dieras la razón o que me ayudaras; pero hacía ya tiempo que habías decidido que, cuando se trataba de mí, siempre ibas a ir con la verdad por delante. Aunque doliera. No querías caer de nuevo en los reproches, en los secretos y silencios que nos ponían entre la espada en la pared.

Nunca quise que mi fin justificara tus medios. Ya no era capaz de escuchar y callar, como si todo fuera un espectáculo de mal gusto y yo una espectadora descontenta con el precio de la entrada. No podía seguir adelante, como si esas otras vidas me fueran ajenas y nos separaran kilómetros de distancia emocional.

Era en esos momentos, cuando nada podía salir bien y terminábamos saliéndonos con la nuestra, cuando recordaba la magia de nuestra sinergia. Nos desbordaban los instintos y yo solo quería acariciarte, asegurarme de que eras real, de que era cierto, de que lo nuestro seguía en pie a pesar del temporal. Quería que siguieras diciéndomelo todo con una sonrisa, confundir tus dedos con los míos y quedarme así durante el resto de mis vidas.

 "Grand gestures, we all need to make them in our lives." 

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