Hay cosas para las que no se está nunca preparado (IX)

Retomemos la historia justo donde la dejamos, en el punto de inflexión. En ese momento en el que comenzamos a fijarnos en lo que teníamos en común y dejamos a un lado todo tipo de convenciones sociales y etiquetas.

Apareciste de improviso, pero no me importó en absoluto. Me convertiste en tu confidente y coartada, en la chica de la mirada esquiva en el suelo, la del rubor en las orejas, la de la sonrisa de imbécil, la de los dedos que se entrelazaban con los tuyos cuando caminábamos uno al lado del otro sin mirarnos... 

Perdiste la fe en la justicia y te volviste devoto de los ajustes de cuentas. Buscaste la verdad por todos los rincones. La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Pero en ningún momento te paraste a pensar que la verdad es cara, que siempre sale a pagar y, entre pagos y apuestas, te convertiste en el nuevo gallo de aquel corral clandestino. En cada puño liberabas una dosis de rabia, dejándote llevar por la inercia, mientras los golpes de uno y otro brazo se alternaban in crescendo, salpicando los huesos de tu oponente, empujándolo brutalmente sobre las pocas baldosas que no habían sido levantadas. 

Me resultaba difícil escuchar cómo se metían en nuestra historia sin poder replicar ni una palabra. Cada vez que hablaban de ti, no me quedaba más remedio que hacerme la loca y permanecer indiferente, como quien oye llover. Resignación, suspiros, fingir una alegría que no procede, esconder los celos, urdir una estrategia que me ayudase a ganar tiempo, a reavivar el fuego de nuestras cenizas... 

Ellos daban todo por decidido, pero yo aún no estaba segura de haber tomado la decisión correcta; te mantuve en vilo durante mi larga jornada de reflexión, dudando entre dejarte marchar o dejarlo todo. Ten claro que te quería, pero no podía hacerte feliz. Que yo andaba buscándote pero él siempre me encontraba antes, que ni contigo ni sin ti, que no había forma de escapar del laberíntico protocolo, que todos los caminos eran en círculos...

Es injusto que justifique la distancia que nos separaba, pero tú siempre sabías entender mis teorías en el contexto adecuado. Siempre he sido observadora y tú, un libro abierto. Pude percibir un deje de preocupación en tus palabras cuando me hablabas de nuestro secreto, de aquella mentira con la que habíamos de convivir por el bien de no sé sabe muy bien quién. Una mentira ineficaz, con un dudoso efecto reparador, que solo era mentira a nuestros ojos. Al fin y al cabo, la verdad es eso que todo el mundo cree, menos un par de locos desesperados como lo éramos tú y yo.

Luchaba por no mantenerme al margen y descubrir la verdad de toda aquella historia, pero tú verdad y la mía no terminaban por ponerse de acuerdo. 
A veces te seguía la corriente y caminaba tras tus huellas. Me apoyaba en ti para mirar juntos desde cualquier ventana indiscreta y descubrir una nueva versión de la historia, una mentira más o un punto de vista completamente distinto. Pero otras veces, seguía mis propias pistas y trataba de exprimirlas al máximo, sin llegar nunca a nada concluyente. 

Estaba en una encrucijada: confiaba en ti, pero se mascaba el peligro y no creía que fueras capaz de vencer tú solo en esta batalla. Me invitaste a decidir cuanto antes; decías que la demora en la toma de mi decisión no haría más que empeorar las cosas. Qué fácil es hablar en tercera persona, posicionando al sujeto a una prudente distancia de seguridad. Qué difícil jugar con fuego y no quemarse. Qué sencillo dar consejos y qué complicado seguirlos. ¿Acaso era todo responsabilidad mía?

Tus palabras se iban asentando poco a poco en mi cabeza, tratando de poner orden entre tantas ideas. La decisión estaba tomada y el juego, a punto de empezar. No me fue difícil hacerle entrar al trapo, apelando a esa pizca de romanticismo que él aún conservaba y que despertaba en ti un ingenioso sarcasmo que camuflaba los celos. No tenías de qué preocuparte. Hay trámites y compromisos que no significan nada para el corazón; uniones legales que cumplen con la ley pero no unen nada; declaraciones juradas que no son más que fruto de la coacción; te quieros escupidos, convertidos en banal palabrería...

A pesar de no hallar la mayoría de las respuestas, una cosa tuvimos clara: aquella imagen manipulada que yo tenía de mi vida y de mi historia no era más que otra de las farsas del gran teatro del mundo. Me aferraba a mis convicciones como a un clavo ardiendo, pero no estaba convencida de nada. Todo aquello que había vivido, todo aquello en lo que creía, las personas en las que confiaba, la realidad de la que había bebido durante tantos años, todo eso se desmoronaba. Tenía que empezar a construir la casa por los cimientos. Tal vez era un buen momento para cambiar de solar y de vecinos, de arquitecto y de constructor, de aires y de amor.

 "Hacer buenas preguntas
ayuda a que no sea contagiosa.
La idiotez es colectiva
cuando nadie se cuestiona las cosas."

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