Una mezcla de amor y de casualidad (I)

Apareciste por casualidad, por un azar adulterado, como aparecen todas las historias de amor. Nos cruzamos como dos trenes en vías contiguas, apenas reconocibles tras el humo de la combustión. Sin saberlo, viajábamos al mismo destino; sin quererlo, en sentidos contrarios.

Envuelto en un halo de misterio, cargando con lo puesto menos un botón, desesperado cual filósofo por encontrar la verdad, liberado de todas las cargas que te había puesto la vida...  prometías ser todo lo que nunca supe que siempre quise. 

Nos vimos al fin cara a cara, frente a frente, pero sin bajar la mirada. Aquel mismo día, huyendo de las multitudes nos encontramos al lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa. Me contaste tus primeras nobles mentiras y tus primeras verdades como dagas, provocaste mi sonrisa, rompiste mis esquemas, mejoraste mis gastadas relaciones con la diosa Fortuna y comenzaste a mezclar mis "quiero" con mis "debo".

Pronto tu falsa historia se derrumbó como un castillo de naipes azotado por la brisa, pero no tardaste en poner las cartas sobre la mesa. Por alguna razón que desconozco, sabías que te daría otra oportunidad antes de que yo misma lo supiera. Porque ya me tenías ganada. Porque creía en ti; no sabía por qué ni cuánto ni desde cuándo, no tenía ninguna razón para hacerlo, pero lo cierto es que creía en ti.
No solo creía en ti, sino que estaba dispuesta a jugármela por ti; a jugar a llevarte la contraria; a seguirte el juego; a fingir ser exigente cuando, tratándose de ti, cualquier mínimo pedazo es suficiente. 

Me hiciste pasar del enfado a la dicha en cuestión de segundos, tambaleándote entre tus virtudes y tus vicios, pidiéndome ayuda para maquillar esos defectos que a mí me parecían perfectos. Tal vez debiera haber evitado que cometieras algunos errores, pero siempre preferí curar que prevenir.
No como tú, que parecías ser la red de esta torpe trapecista. Yo, que ya estaba curada de espanto, que no me andaba con paños calientes, coartada por tu resistencia a contarme la verdad para no herirme. 

Encontrándonos bajo cualquier pretexto, no hubo favor tuyo que rechazase. Cada vez se hacían más tentadores esos diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos que ni cien mil espaldas con cremallera fueron capaces de acortar. Se me iba la vida en suspiros y la realidad en deseos; se quedaban mis ganas apoyadas entre mi frente y la pared.

Estábamos tú y tus circunstancias, yo y las mías... y esos peldaños que nos separaban a ti y a mí por más que tus circunstancias y las mías se empeñaran en sortearlos. En busca de respuestas recorrimos las orillas de todas las carreteras nacionales, bailamos abrazados a farolas, nos miramos hasta quedarnos ciegos y rompimos a reír sin motivo.

Empezó a gustarme tu manía de desafiar las leyes de la proxémica, escalando peldaños y reduciendo las distancias. Busqué explicaciones a tus cicatrices, hasta encontrar en ellas los despojos de tus historias de amor y la razón de mis celos.

Cuando todos los dedos acusadores apuntaban hacia ti, me saqué la fe de la chistera y salí en tu defensa. ¿Que por qué? Porque a pesar de todo, seguía creyendo en ti. Always have, always will y todo ese rollo inglés del amor con 8 letras. Que el mundo era un lugar más acogedor si tú hacías de huésped, que la vida era menos puta mala si estabas a mi lado.

En más de ocasión tuve la tentación de no ayudarte cuando me lo pediste, todo para que borraras esa estúpida sonrisa de "sabía que me ayudarías" que se te dibujaba en la cara. Pero qué le voy a hacer, me gustaba verte sonreír casi tanto como me gustaba verte pedirme ayuda.

Siempre fuiste tú el que se adelantaba a mis movimientos, así que me limité a evitar que tus continuos jaques llegaran a algo más... Algo más, eso es. Tiene que haber algo más, algo que me impide alejarme por completo; no sé si será un hilo rojo atado a nuestros meñiques o la pura cabezonería de querer lo que no se puede tener, pero algo más tiene que haber.

La manía de comerme la cabeza se desvaneció en cuanto descubrí que el destino ni come ni deja comer, que tú me comías con la mirada y que yo tan solo quería comerte a besos. Nos fuimos a juntar el hambre con las ganas de comer.

"No queríamos dejar de cometer ni un solo exceso."

Comentarios