El tiempo dirá si al final nos valió lo dolido (IV)

Mala hierba nunca muere y tú no ibas a ser menos. Tú, experto pirómano capaz de provocar un incendio a partir de las cenizas de lo que un día fuimos. Luchabas por convertir lo que un día fuimos en lo que un día seremos, conjugando mi vida en todos los tiempos posibles menos los perfectos, que eso de la perfección nunca fue muy nuestro tuyo ni mío.

Mis buenas noticias te cayeron como un jarro de agua fría, haciéndote volver a  la fiebre de los nudillos ensangrentados y los espectáculos de violencia explícita. Puse tierra de por medio para intentar en balde que los nuevos recuerdos terminaran por desterrar a esa pequeña porción de memoria que aún compartimos, pero al volver seguimos buscándonos sin encontrarnos.

Repetimos la táctica de la cortesía y las palabras secas para callar las cenizas del pasado. Recurrimos al sarcasmo y a la ironía, al reproche, a las preguntas retóricas, a los monosílabos, a los silencios... Desenterramos viejos fantasmas mientras nos recorríamos con la mirada y nos dimos la espalda para mirarnos de reojo. Nos hicimos enemigos de lo cotidiano sin descartar parar de vez en cuando a descansar en la rutina.

Dije no a los viejos hábitos compartidos, aunque me moría por compartirlo todo contigo. Tenías las cosas claras, o eso decía, pero siempre supiste desbaratar mis planes con el simple juego de sostenerme la mirada. Henchidos de orgullo, luchamos por el rol protagonista, mezclando mis vicios caros con tus manías preocupantes... manías que me preocupaban mucho menos que la duda de saber si jugabas por mí o por el placer del juego.


Conocías al dedillo mis debilidades y sabías perfectamente cómo usarlas para conseguir que te echara un cable. Encontraste respuestas en forma de pregunta y, encerrados en esas dichosas cuatro paredes, escuché como me pedías una mano y yo te ofrecía las dos.
- Borra esa estúpida sonrisa de la cara, imbécil. No creas que me tienes ganada. Una no se cuelga del primer gilipollas que le dice cuatro palabras bonitas y le suelta un par de guiños. No soy tu niñera ni tu madre. No soy nada tuyo, así que deja de creer que tienes la más mínima influencia sobre mí. No voy a estar ahí siempre que te metas en líos. Me da igual que grites, llores, pidas socorro o silbes, no voy a estar. Así que quítate ya esa jodida sonrisa de tenerlo todo bajo control. ¿Está claro?
Nunca te lo dije, es cierto. Pero lo pensé.


Te cogí de la mano para evitar tu caída y no fui capaz de soltarte. No sé qué tipo de magnetismo había entre nuestras manos y lo cierto es que nunca encontramos ley física que fuera capaz de describir la fuerza con la que nuestros dedos entrelazados se resistían a separarse. Estábamos tan pegados que yo escuchaba tu respiración y tú, lo rápido que se sucedían mis latidos. 

Los escasos centímetros que nos separaban eran demasiado tentadores para cualquier mortal. Lo primero que hice fue evitar mirarte a los ojos porque me hacías sentir vulnerable, como si con solo mirarme conocieras todos mis secretos y deseos. Pasé entonces a recorrer la habitación con la mirada, esquivando la tuya y esquivando también tus labios, tus manos o cualquier pedazo de ti que me recordara lo que un día fuimos. Tu voz se acercaba a mis oídos, tus ojos se clavaban en mí y mis pasos me alejaban hacia la puerta.


Seguimos adelante con el pasatiempo de querernos y no decírnoslo, de fingir agradecimiento a quien nos regalaba un poco de amor, de sentir celos por cualquiera, de leer entre líneas, de liquidar las deudas con suspiros, de cerrar puertas... Poco a poco, empezamos a darnos cuenta del valor del otro y a preguntarnos si aún estábamos a tiempo. 

Deseé que mi mirada fuera suficiente para pararte los pies, para evitar que te tomaras la justicia por tu mano. Hablamos cara a cara de los miedos que nos acechaban y de lo difícil de vivir en la más absoluta indefensión. Discutimos acerca de lo que éramos cada uno por separado y de lo que éramos juntos.

Descubrimos que había algo entre nosotros, que siempre lo había habido. Resurgimos como ave fénix de sus cenizas; más vivos, más completos, más libres para volar.
Menos.
Menos yo.
Más nosotros.

Comentarios