¿Quién le puso ese nombre de estación?

El otoño había llegado a la ciudad, cubriéndola con una alfombra de hojas caídas, burlándola con vientos envenenados y jugando al escondite con el sol.
Ante semejante panorama, me enfundé mi abrigo y salí a la calle a contar hojas y nubes, a hacer nada, a encontrarme con mis huellas. Para silenciar el ulular del viento escapando por las esquinas, decidí inyectarme una dosis de música en las venas.
Enfermé de otoño, dejando que me invadiera la nostalgia de aquellos días en que te veía a diario, de aquellas horas que pasabas con la mirada perdida, de aquellos momentos en que se cruzaban tus pensamientos y los míos.
Continué surcando la ciudad cual bucanero, saqueando las calles de recuerdos,  dejando que unos tímidos rayos sol de otoño me doraran la piel. Madurando mis ideas, ordenándolas antes de que volvieras para descolocarlas de nuevo, antes de que arrasarás de nuevo como un huracán
Entonces, sin saber muy bien cómo, dejó de caer la arena de los relojes, se atrofiaron las agujas, dejaron de morir las hojas de los árboles y se pararon a verte pasar. Igual que me detuve yo cuando te vi aparecer, darme un beso en la mejilla y marcharte; sin saber qué decir, sin saber qué hacer, sin tiempo para reaccionar...
Nuestro encuentro fue un visto y no visto; desde que te vi aparecer detrás de mí hasta que te perdí de vista apenas pasaron unos segundos. Y después... eternos segundos después; las ideas me desbordan la mente: pienso en lo que te pude haber dicho y ni te insinué, en lo que pudiste haber escuchado y ni siquiera oíste, en lo que pude haberte demostrado y no llegaste a ver.
"Lo bueno, si breve, dos veces bueno" dicen. Fue bueno verte. Duró menos de lo que tarda en llegar el invierno. Pero fue la mitad de bueno de lo que pudo haber sido.
"Hoy no te quisiera encontrar 
recogiendo tus cosas,
tus libros, tu ropa… 
Lo siento, me tengo que ir.
Y te miro en silencio 
llorando por dentro, 
pensando por dónde salir." 

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